Según el periodismo político, los ministros no hablan ni dan declaraciones: "rompen su silencio".
Aquella noche, oscura como boca
de lobo, caía sobre el pueblo una llovizna pertinaz, aunque negros nubarrones
presagiaban que al despuntar la mañana el aguacero sería torrencial. Flotaba
una tensa calma pero los vecinos dormían a pierna suelta. El hombre, que iba
armado hasta los dientes, tenía los nervios de punta. “Amanecerá y veremos”, se
dijo.
Qué buen comienzo para una mala
novela. Ya tengo el título: “En altas horas de la noche”. Porque, hasta el sol
de hoy, nadie sabe cuáles son las bajas horas de la tarde, ni nadie ha visto
una noche oscura que no parezca boca de lobo ni un nervio que esté de costado:
todos están de punta. A lo mejor la punta de los nervios es la misma punta que
despunta con cada amanecer. Y cuando no cae un aguacero torrencial es porque
está lloviendo a cántaros.
De todo aquel que carga un
humilde cortaúñas se dice que va armado hasta los dientes, así mantenga la boca
cerrada. ¿Será que está tratando de comerse un revólver? No sé de dónde habrá
salido esa sublime paradoja de la tensa calma, pero si siempre flota es porque
aprendió a nadar. Parece más un oxímoron que un lugar común. Un oxímoron es la
expresión que encierra elementos contrarios, como fea hermosura, el amargo
problema del azúcar, en medio de un bullicioso silencio o consiguió un
medicamento barato.
El lugar común, por su parte, es
una expresión resabida, trillada, que todo el mundo repite de manera
invariable. También lo llaman frase hecha, tópico o cliché, como aquellas
láminas fotográficas de los periódicos antiguos, que siempre imprimían la misma
imagen.
Me imagino que en sus inicios el
lugar común era poco común y a veces genial. Fue una maravilla que alguien
exclamara, por primera vez, que no hay que buscarle tres pies al gato ni la
otra pata que le nace al cojo, aunque haya que agarrar el toro por los cuernos.
Pero, para decirlo con un lugar común, el lugar común fue víctima de su propio
invento: se repitió tanto, que dejó de ser genial para volverse común. Ustedes
me entienden. Eso espero.
Periodistas y pistolas dantescos
A propósito de revólver, esa
palabra desapareció hace añales del lenguaje periodístico, al igual que
pistola. Hoy, de manera invariable, se les llama “armas de corto alcance”.
Deben ser parientes de la gallina que convirtieron en “ave de corto vuelo”. Su
abuso en la prensa produce a veces unas auténticas joyas de la poesía
involuntaria. La otra mañana, una reportera entusiasta dijo por radio que a unos
asaltantes bancarios los detuvo la policía porque “cargaban almas de corto
alcance”. Qué hermosa bestialidad. No hay duda de que un criminal, que es capaz
de dispararle a una cajera de banco, tiene un alma de corto alcance.
Se ha demostrado hasta la saciedad
(¿dónde diablos quedará esa saciedad?) que los periodistas somos magos y
decanos del lugar común. En la prensa, un ser humano nunca es pobre, indigente
o desvalido, ni vive en la inopia. Es “persona de escasos recursos”. Los
escasos de recursos, como se ve, son los periodistas.
Según los encargados de las
noticias judiciales, toda tragedia es dantesca, ya sea que se trate del
incendio de una bodega o de un accidente de tránsito. Para lo que ha quedado el
pobre Dante. Los accidentes suelen ser siempre aparatosos. Un incendio ya no se
llama así, ahora se llama conflagración, y todos deben estar gordísimos porque
son “voraces”.
Reveses y goles caniculares
Si en los periódicos llueve, en
la televisión no escampa. Ni la meteorología se escapa de los lugares comunes.
Sintonicen ustedes el reporte del estado del tiempo y verán que el cielo
siempre está parcialmente nublado, aunque daría igual que estuviera
parcialmente despejado: es la misma historia del vaso medio lleno o medio
vacío.
De acuerdo con el lenguaje de los
reporteros de noticias políticas, los ministros no hablan nunca, ni emiten una
declaración, ni conceden una entrevista. Ahora se dice que rompen su silencio.
La verdad es que los políticos se la pasan rompiendo cosas; la ética, para
empezar. Antiguamente, cuando un candidato era derrotado en las urnas, se
decía, simplemente, que perdió. Ahora decimos, dramáticamente, que sufrió un
duro revés. Cómo me gustaría, por simples motivos de caridad cristiana, que los
perdedores en las elecciones del año entrante sufran un blando revés.
Sin embargo, y para darle al
César lo que es del César, en materia de lugares comunes los campeones
mundiales –y perdonen ustedes el chiste obvio– son los cronistas deportivos.
Especialmente los de fútbol y sobre todo en la radio. Merecen capítulo aparte.
Cada vez que vapulean a un equipo
de pipiripao, y sus jugadores logran anotar un golcito miserable, los
narradores dicen que es el gol de la honrilla. Debería ser, más bien, el de la
vergüencilla.
La periodista chilena Camila
Jiménez, que escribió un delicioso artículo digital sobre el tema, sostiene que
ningún lugar común de origen futbolístico merece cargarle los guayos a este
portento de la sabiduría humana: “La mejor defensa es un buen ataque”. Es tan
sublime que al revés quedaría igual. Por mi parte, debo confesar que me fascina
la paradoja verbal que va implícita en la expresión “saque de meta”. Me
recuerda el primer aviso de hojalata, con una flechita, que vi en una esquina
de Bogotá: “Para ir a Suba, baje”.
Pies en polvorosa
Nadie escapa a la democrática
tentación de repetir lugares comunes. El que esté libre de pecados que arroje
la primera piedra. Vean, para no ir muy lejos, lo que encontré en tres párrafos
consecutivos, solo tres, de la edición 1621 de la revista Semana, a finales de
mayo pasado:
“El ramillete de implicados en el
carrusel de la contratación de Bogotá está cayendo como un castillo de naipes.
Cuando se supo la noticia, la mayoría de concejales puso pies en polvorosa.
Pusieron en calzas prietas a los contratistas. La delación de Tapias se
convirtió en la prueba reina”.
A propósito, y ahora que Semana
lo menciona, me pregunto si no habrá por ahí alguna prueba que solo llegue a
virreina.
¿Por qué será que la gente “se
funde en un abrazo”, como si el cariño fuera un soplete de soldadura? Todo
testigo es mudo y el fervor, como los platos de sopa, siempre es hondo;
cualquier manifestación callejera es “multitudinaria”, aunque solo concurran
cuatro gatos, y toda concurrencia se ha vuelto “masiva”, así se trate de un
funeral al que no asiste ni el muerto. Al narcotráfico le cambiaron el nombre:
ahora se llama flagelo.
Vacaciones a pierna suelta
Para muestra, un botón. (Nadie se
ha tomado el trabajo de averiguar de qué botón se trata, si es de camisa o de
timbre). Atando cabos, o amarrando sargentos, que para el caso es lo mismo,
observe usted que cuando algún personaje de la farándula se va de viaje, las
páginas sociales nos informan que “sale a disfrutar de merecidas vacaciones”,
aunque sea un zángano de siete suelas. Conste que no he dicho magistrado. Ni he
mencionado la palabra crucero.
Ya nadie duerme profundamente, ni
con placidez, ni a gusto. Ahora todo el mundo duerme a pierna suelta. No quiero
imaginarme lo que va a pasar el día en que alguien, que esté durmiendo a pierna
amarrada, se levante a medianoche para ir al baño. Espero que, por una feliz
coincidencia, encuentre de dónde agarrarse. (Me ataca la angustia existencial
de saber si en este mundo no hay una sola coincidencia que sea infeliz, triste,
desdichada, melancólica, sombría, taciturna, aflictiva o lúgubre).
Resulta que ya tampoco existen
los ladrones de antes: hoy se llaman “amigos de lo ajeno”. A mí me suena tan
cómica esa expresión que me desternillo de risa cada vez que la oigo. (¿Quién
ha visto una ternilla? ¿Qué es eso? ¿O será que a mí se me está aflojando un
ternillo?). Si aplicamos la misma lógica, los rateros también podrían llamarse
“enemigos del dueño de lo ajeno”. No quiero reírme a mandíbula batiente, como
si la mandíbula fuera una licuadora.
Epílogo con un dibujo
Nadie puede escapar del embrujo
que ejercen los lugares comunes. Son tan resistentes que muchos de ellos
aguantan rozagantes el paso de los años. Y siguen tan campantes.
En el Siglo de Oro español fueron
varios los novelistas que repitieron que en la variedad está el placer y que
las apariencias engañan. Desde hace doscientos años los franceses dicen que
siempre hay que mantener la cabeza en su sitio. (A excepción, me imagino, del
rey Luis después del episodio de la guillotina).
A esta crónica no le cabe ni un
tinto. Encontrarle el final fue peor que buscar una aguja en un pajar, aunque
sería más peligroso buscar una paja en un agujar. No les quito más tiempo. Ya
para terminar por hoy, les dejo este dibujo de mi propia inspiración:
A simple vista se nota que es un
tigre. Mírenle las garras filosas, las orejas paradas y las rayas del pelaje.
Cuidado con los colmillos. ¿Que no se parece en nada? Bueno: el lugar común
dice que el tigre no es como lo pintan…
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO

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