Alma de esclavos
Pasó
desapercibido un titular del diario El Tiempo, el pasado 6 de junio, en el que
se narra un cambio, “insólito” y sin precedentes, al interior de la alcaldía de
Bogotá. Descolgaron en uno de los salones del Palacio Liévano un gigante cuadro
del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada para incrustar en la pared una obra
del artista de Luis Luna, exaltando al Libertador Simón Bolívar, titulada: El Chamán.
Y quién dijo miedo. Los godos y
revocadores de mandatos populares colmaron de alegatos y reproches su trinchera
mediática. Tamaña afrenta contra la identidad de la capital. Muchos
sorprendidos por los alcances del alcalde Gustavo Petro, dijeron que él
pretende ser el “madurito” colombiano, en clara referencia al vecino país que
sin temores reivindica el legado libertador como faro político para los tiempos
presentes y venideros de Venezuela.
Pero no
solo El Tiempo se extendió en abucheos. La revista Semana, sin vacilación,
reclamó la chabacanería: “Por qué Bolívar”, se tituló una nota en la edición
1623, que desarrolla una entrevista en la que el historiador Fabio Zambrano
dice de Bolívar: “la ciudad lo despreciaba, y él despreciaba a la ciudad”.
¿Sorprende
la reacción? Pues no. Nuevo no es que la aristocracia criolla desde tiempos
memorables quieran borrar la figura del Libertador Bolívar y de los
revolucionarios que trasegaron en la patria, para parecerse a las dinastías de
la Casa Borbón, de Luxemburgo o de Windsor, llevándose por delante las gestas
de esclavos libertos como la de Benkos Biohó, fundador de Palenque, primer
territorio libre de nuestra patria y creador de su lengua, autóctona, que es
patrimonio inmaterial de la humanidad, o negar de plano la historia, poco
contada, del único presidente negro de Colombia: Juan José Nieto Gil. De eso
callan y como dicen popularmente: pa lambones los ricos de Colombia.
El
cuarto del olvido entonces quieren asignárselo los patriotas de nuestra primera
independencia, y el atril de la obediencia, parece estar destinado a quien
fustigó con su látigo las ideas libertarias, saqueó el suelo y murió convencido
de ser dueño de nuestros sueños.
La
memoria de las gestas patriotas tiende a ser apagada al pasar los años como una
imperativa tarea que va de generación a generación. Para los que dieron su vida
por la lucha contra la tiranía española y su Ejército realista, ni un renglón.
A la
heroína del pueblo María Policarpa Salavarrieta Ríos, a don Antonio Amador José
de Nariño y Álvarez del Casal, al propio Sebastián Francisco de Miranda
Rodríguez próceres todos de la emancipación, se les esconde su recuerdo. Su
memoria debe abundar en las paredes de las sedes de gobierno, los libros de
primaria, secundaria, las calles, las escuelas, las universidades, los museos,
todo. Los mezquinos titulares de la gran prensa no pueden ser la guía de
historia para futuras generaciones.
El
Chamán también sirvió para que opinadores demostraran con mayor o menor
sutileza su contrabolivarismo. Para ellos, Simón Bolívar no pasó más de ser un
hombre que figuraba para la galería criolla de la época y su legado no llegó a
trascender sino apenas lo debido. Y para completar, el ser bolivariano no trae
buenos réditos políticos por estos tiempos de mercadotecnia electoral: entre
más lejos de él, mejor.
El
chavismo en Venezuela y el castrismo cubano son inspiración de la patria grande
que Bolívar soñó, y eso para los demócratas son buenas noticias a pesar del
infortunio para la memoria que se nos cuente la historia en titulares de prensa
renegados de la suya propia. Y con alma de esclavos.
Lo
cierto es que sí Bolívar, el esclavo Biohó, la heroica Policarpa y el
presidente negro no pueden estar en las emperifolladas paredes de los palacios
y la memoria, tendrán que estar en los polvorientos y trajinados muros de las
populares calles del continente que ellos mismos ayudaron a libertar.
Hernán Camacho
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